¿Y si vamos cambiando de tercio?
No es momento de hablar de Gaza ni de moderación, sino de proponer soluciones que permitan creer en un futuro mejor.
A estas alturas de la película es un poco tarde para incidir en que estamos gobernados por un equipo de incompetentes sectarios que no respeta el Estado de Derecho, apoyado por partidos cuyos intereses distan mucho del general. La situación ha dejado atrás el esperpento, y nos salvamos del desastre sólo por los funcionarios y ciudadanos que siguen cumpliendo con sus obligaciones y con la ley pese al ejemplo de nuestros dirigentes.
Ante la falta de solvencia moral, sentido político o soluciones para problemas prácticos, el gobierno hoy se cubre fabricando enemigos internos y externos. Sobre todo externos, que no se defienden mucho. Toda la cruzada del aparato sanchista (desde Bildu hasta Comisiones Obreras) y sus ingenuos a favor de una Palestina que no tiene nada que ver con la dictadura de Hamás en Gaza, es un ejercicio más de búsqueda de una identidad colectiva en la que arroparse, y de la que excluir al rival político. La oposición ya no son sólo difamadores fascistas, ¡son genocidas!
Es un debate falso, además de inútil: tan poco práctico como pretender determinar el sexo de los ángeles con manifestaciones, artículos o tertulias televisivas. Sólo sirve para distraer un poco del marasmo diario de corrupción, incompetencia, falta de gestión, y consecuencias dramáticas del buenismo oficial.
Pero ese marasmo ya ha llegado a nivel de saturación. Si no genera un vuelco es sencillamente porque no hay elecciones, y no las hay porque los partidos de “la banda” siguen comprados con el dinero y el futuro de todos… y porque la población no tiene una expectativa real de algo radicalmente mejor, que la motive para exigir esas elecciones en la calle.
Sabemos que hay un problema de inmigración ilegal mal asimilada, pero las soluciones de unos son vaporosas, y las de otros imposibles o ilegales. Sabemos que no podemos pagar las pensiones con las cuotas, pero nadie ha hablado en serio de las reformas (posibles, necesarias, caras) que las harían sostenibles. Sabemos que el Estado de Derecho está colgando de un hilo, pero nadie se compromete a devolver la independencia a las instituciones y la neutralidad a la administración si sale elegido. Sabemos que el abuso identitario de nacionalistas y populistas está creando injusticias por todo el país, pero nadie promete ponerle el cascabel al gato.
Sabemos, por fin, que el bienestar no aumenta a base de dedicar cada vez más gente a repartir lo producido por los demás (o de traer más gente que cobre poco), sino a producir más entre todos, pero seguimos sin hablar claro frente a los neomalthusianos, los amigos del “crecimiento cero”, los defensores de “lo público” por sistema, y los que confunden capitalismo con estupidez (o con globalización ciega). El capitalismo no es extraer cada vez más, es sacar cada vez más utilidad a los mismos materiales. Es hacer más con menos (menos energía, menos materias primas, menos tiempo desperdiciado) para que los productos cuesten menos y más gente los pueda comprar, aumentando el nivel de vida de todos los implicados.
Pero en lugar de buscar mejorar la productividad, aquí estamos reinventando el comunismo callejero, y esperando que instituciones internacionales nos enseñen a mejorar la competitividad de nuestras empresas. ¿Es que no vemos el terreno que llevamos perdido? ¿Estamos intentando suicidarnos también económicamente?
En este país de nuestras entretelas hasta los militantes socialistas saben que Sánchez es un desastre a todos los niveles, y su régimen un peligro que dejará secuelas. Saben lo que no quieren. Pero no quieren algo diferente porque no ven a nadie proponiendo nada más que frases radicales sin contenido, o “moderación” sin compromiso de cambio.
Hace unos días, los restos de Ciudadanos reunidos se proponían “capitalizar el descontento” para vender “moderación”. Señoras y señores, no es momento de moderación. Es momento de abrir debate y exigir a quien quiere gobernarnos tras las próximas elecciones (en el PP, en Vox, en el propio PSOE, en SALF) que proponga y comunique medidas claras y contundentes, medidas posibles y articuladas, que permitan creer en un futuro próspero, justo, seguro, sencillamente ilusionante.
O también podemos seguir hablando de la franja de Gaza como si fuéramos a arreglar algo.
Es tiempo de cambiar de tercio.
Fotomontaje basado en imagen de Documerica vía Unsplash.