Tagüeña (2) Historia de un desengaño
En esta segunda parte de las memorias de Tagüeña en “Testimonio de dos Guerras” me ocupo de nuestro protagonista en Rusia, Yugoslavia y Checoslovaquia y de su desengagaño del comunismo y sus purgas.
“No hay causa humana, por noble que parezca, a la que mereciera la pena dedicarse sin experimentar luego un fuerte desengaño”
Esta es la lección que el tío de Manuel Tagüeña, que Jesús Taboada le dio cuando era joven y que rechazó. La vida le enseñó después lo acertado del consejo.
En esta segunda parte de las memorias de Tagüeña recogidas en “Testimonio de dos Guerras” me ocupo de la peripecia vital de nuestro protagonista en Rusia, Yugoslavia y Checoslovaquia y de su desengaño del comunismo, cuya realidad practica de miseria, purgas, asesinatos y dictadura distaba del ideal primigenio de Tagüeña y de tantos otros que emprendían en 1939 el camino del exilio, entre ellos, Jesus Hernandez, comunista también, que escribió, ya en México: “En el país de la gran mentira.”
“Romper con lo que se ha amado entrañablemente, hacer añicos con nuestras propias manos los ídolos por ella creados, ídolos que llenaban por completo nuestra alma, no es un proceso fácil; es, por el contrario, un proceso lento, penoso, cruel. Dejar de creer en lo que se ha creído presupone un período de crisis donde las mentiras aceptadas como verdades luchan contra verdades que se nos figuraban mentiras. Es un forcejeo entre el ideal que se desploma y la conciencia que se resiste a la catástrofe espiritual. El hombre necesita creer por ese horror instintivo a la nada espiritual que le deshumaniza. Por temor a ese vacío opta por seguir aferrado a la ilusión muerta. O prefiere una fe endeble a no tener ninguna. Quien de la noche a la mañana se declara ateo es que nunca ha creído en Dios.”
(Jesus Hernandez, miembro del Buró Político del PCE y Ministro de los Gobiernos de Largo Caballero y Negrín.)
Por su parte, Manuel Tagüeña vive los primeros años de exilio en Rusia acogido por el régimen de Stalin. Durante una década sigue pensando que lo que ve, aunque empieza a no gustarle, está justificado por la situación excepcional de la Guerra Mundial y la necesidad de responder a las necesidades de postguerra llena de privaciones y penalidades.
Confiesa que “la mayor parte de los republicanos en el exilio no se sintieron derrotados en la guerra civil ya que formaban parte de una causa más amplia. Éramos la vanguardia de una guerra que todavía no había empezado.”
Tagüeña reconoce que “quitando los funcionarios altos y bajos de los distintos organismos de la Komintern y los seleccionados por las Academias Militares y la Escuela Política. La inmensa mayoría de españoles lo estaba pasando muy mal.”
Los dirigentes comunistas Jesús Hernandez y Enrique Castro eran los encargados de visitar a los colectivos de trabajadores españoles en Rusia.
Confiesa Hernández (“En el país de la Gran Mentira”) que como funcionario del Komintern se le asignó un sueldo elevado, disponía de habitaciones permanentes en el Hotel Lux y disponía de una dacha.
De forma muy distinta vivían los españoles que habían disfrutado del “privilegio” de ser acogidos en la URSS. El dantesco panorama lo reproduce de boca de uno de los comunistas españoles:
-“No tienes idea de lo que es vivir en esta maldita estepa cuando los lobos del frío bajan aullando y te muerden en las carnes mal abrigadas, y cuando sientes los espasmos del hambre en el estómago vacío. De la casa a la fábrica hay exactamente una hora de camino por senderos de nieve cristalizada que te fuerzan a marchar tambaleándote, resbalando, y cayendo en cuanto das una mala pisada. Cuando sopla el aire, una ventisca de millones de agujas penetra hasta los huesos y los papeles de periódicos con que enfundamos nuestras piernas se quiebran como si fueran de vidrio. Al respirar sientes que el taladro del hielo te punza en los pulmones. Tu propio aliento se congela y tienes que refregarte nieve sobre la cara para que no se paralice la circulación de la sangre. Nuestras orejas, pies y manos se hinchan espantosamente y los sabañones se nos revientan produciéndonos llagas, que con el calor de las mantas en la cama te pican ferozmente impidiéndote dormir. En esas condiciones llegas al trabajo. Una temperatura glacial inunda las naves. Las herramientas te queman de frías. Las manos entumecidas se niegan a sostenerlas. El trabajo resulta un suplicio, lo aborreces. A las 11 de la mañana estás desfallecido. Tocan la sirena y sales corriendo para el comedor. Pasas por delante de las mesas bien servidas de los técnicos y de los directores. Cubiertos limpios y flores en los centros. Sigues adelante hasta unas amplias corralizas donde en mesas corridas sin mantel y con cubiertos roñosos y mal aseados te sirven un borsh, sopa de col agria condimentada con trozos de patata, y alguna huella de carne, y con ella devoras cien gramos de pan negro y te bebes un vaso de «chay» (té). Algunos privilegiados pueden acompañarse de un poco de kolvasak, especie de salchichón de pésima calidad. Pagas por esa comida 4 rublos, de un promedio de siete u ocho que, descontados los impuestos, te quedan para todo el día. Con los tres o cuatro rublos restantes debes 85 alimentarte por la mañana y por la noche; debes fumar y vestir, debes comprar jabón y cortarte el pelo de cuando en cuando, y si tienes algún hijo o la mujer en la casa, la garra del hambre y de la desesperación se clavará irremediablemente en los tres. Por eso nuestros zapatos están deshechos y no podemos renovarlos, nuestras camisas están hechas hilachos, los calcetines los sustituimos por trapos o periódicos enrollados, nuestras ropas son andrajos. ¡Y trabajamos como bestias! La mayoría de nosotros ha perdido en menos de un año el cuarenta y hasta el cincuenta por ciento de su peso normal. De 14 niños que han nacido en el curso de un año en nuestro colectivo, trece han muerto sin más enfermedad que la desnutrición. El único que queda vivo es un hijo de Montoliú, puedes ir a verlo: un monstruo con una cabeza grande y unos hilos por piernas que se está alimentando con la pus que extrae del pecho enfermo de su madre...-¿Pero no os facilitan leche ni para las criaturas? -pregunté horrorizado.-Ni leche ni medicinas. Los médicos recetan sabiendo que no vamos a encontrar los medicamentos. Hemos recurrido a todos cuantos podemos reclamar: directores, jefes del Partido, responsables sindicales, al Socorro Rojo. Nadie nos atiende ni nos hace caso. Papeles, cartas, comunicados, plazos y esperas y mientras tanto nuestros hijos han muerto y nosotros también nos estamos muriendo de pie.-Vamos a casa de Montoliú -dije. De camino recogimos a Castro y los tres nos encaminamos hacia la pocilga que les servía de habitación. Era una casa de madera. En una pieza que no tendría más de tres metros cuadrados vivían dos familias. Dos matrimonios y el único niño superviviente del colectivo español. Adosadas a la pared unas camas individuales llamadas «turcas», que servían para que descansaran amontonados dos cuerpos. En un rincón, 86 sobre unos ladrillos refractarios, el infiernillo eléctrico que les servía de fogón. En el suelo una caja de cartón llena de trastos de cocinar. En medio de las dos camas una mesa y cuatro sillas. Pendiente de una viga del techo, amarrado con cuerdas; una cuna improvisada de un cajón. De una serie de clavos que servían de perchas, colgaban las pobres ropas de aquellos dos matrimonios. Un espejo quebrado sobre la repisa de la ventana y una jofaina, completaban aquella estampa de miseria. No podíamos revolvernos sin tropezar unos con otros. Me acerqué a la «cuna». Un niño de varios meses yacía inmóvil. Sus ojos era lo único que delataba vida en aquel cuerpecito macilento, un esqueleto que no iba a tardar en acompañar a los otros trece en la fosa común del cementerio del pueblo. La esposa de Montoliú, deshecha en lágrimas, tomó a su hijito en brazos. La vista de «aquello» nos impresionó. El niño hizo una mueca como para llorar y no logró más que abrir la boca y emitir algunos apagados gemidos. No tenía fuerza ni para llorar. Era una calavera con la piel arrugada sobre los huesos. La madre deslió las ropitas que le cubrían. Una piel seca y escamosa servía de funda a un cuerpo sin forma donde no había músculos ni tejidos. El niño se había ido comiendo a sí mismo, consumiendo sus tejidos y sus músculos y todo él, por falta de nutrición. La poca leche que extraía de los pechos exangües y enfermos de la madre sólo habían servido para retrasar el fin. La madre lloraba. Montoliú, sombrío, nos miraba con silencioso rencor.-¡El País del Socialismo! -exclamó el camarada que nos acompañaba-. ¿Para qué se retrata Stalin con la pequeña Tatiana en brazos? ¿Para qué se hace dar el título de «Protector de la Infancia»?... ¿Para qué?... ¿Para qué, si deja morir a nuestros hijos de hambre? ¡Como éste -gritaba 87 enardecido-como éste han muerto los otros! ¡Hambre, hambre y más hambre! Montoliú se dirigió a su mujer y dando un tirón a sus ropas puso el pecho materno al descubierto. Los pechos de la esposa de Montoliú eran dos enormes llagas purulentas con unos pezones cavernosos en que la carne daba la sensación de podredumbre. La escena era de horror. Jamás en mi vida habían presenciado nada semejante. Estábamos mudos. No sabíamos qué decir a aquellos padres a quienes nosotros habíamos elegido entre cientos de miles de refugiados españoles para llevarles a la Unión Soviética como un privilegio excepcional, como una meta ambicionada por muchos y asequible sólo a unos pocos.-No nos importa trabajar hasta caernos muertos -decía Montoliú-. Estamos dispuestos a sufrirlo todo, pero la vida de nuestros hijos no os pertenece, es nuestra, nuestra -y las lágrimas corrían por las mejillas de aquel luchador que tenía el rostro curtido por el viento de plomo y de fuego de cien combates.”
La Segunda Guerra Mundial no tardaría en comenzar, cinco meses después de finalizada la guerra Civil, el uno de Septiembre Alemania invadía Polonia. El Pacto Hitler-Stalin daría a Tagüeña un tiempo extra de relativa tranquilidad en Moscú donde a pesar de vivir peor que en la España republicana gozaba de los privilegios de los dirigentes comunistas. En el país de la Igualdad, los privilegios de clase se sustituían por los privilegios del escalafón en la estructura del Partido. “No existía racionamiento, dice Tagüeña, pero los escasos bienes de consumo apenas bastaban para surtir a las capas privilegiadas de la población.”
Antes ya se había producido la primera criba de militantes los que se quedaban en Francia en campos de concentración y los que viajaban a Rusia. “Carrillo, dice Tagüeña, me pidió una lista de los que yo creía que podían ir a la Unión Soviética.”
El pacto Ribbentrp- Molotov supuso un verdadero seísmo en las convicciones de los comunistas españoles que había luchado contra Franco. “Los comunistas tratábamos de buscar una justificación mientras nos llegaba la explicación oficial. Se convencieron de que Francia había tratado en lanzar a los alemanes contra a Unión Soviética y esta había tenido que pactar con Hitler.
Es interesante conocer los entresijos perdidos muchas veces en los pliegues de la historia, pero cuando estallo la Segunda Guerra Mundial. Septiembre del 39 la Internacional Comunista denuncio a Francia y Gran Bretaña como países imperialistas y dice Tagüeña, “ sus pueblos no solo no tenían que participar en ella sino que tenían que transformarla en guerra civil para llegar a la revolución.” Lo mismo que hizo Lenin en 1917 con la Primera Guerra Mundial.
Molotov en su discurso ante el Soviet Supremo señalaba que “una Alemania fuerte constituye una condición indispensable para una paz sólida en Europa.” Se lució.
Tagüeña conoce el desabastecimiento las penurias económicas,, las enormes purgas que todavía justificaba “ por razones de Estado que obligaban a conseguir la unidad del país ante la situación del mundo.” Poco después, empieza a experimentar en carne propia “la forma antidemocrática con la que fuimos tratados desde el primer momento.”
Para Tagüeña, y tantos otros, pasó mucho tiempo hasta que obtuvieron la evidencia de que Stalin era un “dictador despótico rodeado de aduladores y sostenido por el terror.”
A pesar de ello intenta sobrevivir en esta situación y proteger a su familia. Viajo a Rusia con su mujer, Cármen Parga, con su suegra y su cuñado además de su hija. Vivieron en habitaciones asignadas por el partido y trabajaron en la escuela militar él, y en la enseñanza, ella.
La invasión de Rusia por las tropas de Hitler, la Operación Barbaroja, se inicia el 22 de Junio del 41, casi dos años después de comenzada la Segunda Guerra. La ruptura del Pacto por Alemania sorprende a Stalin que ve como las tropas del Tercer Reich avanzan y se plantan en Octubre a las puertas de Moscú. Ello obliga a trasladar toda la industria armamentística rusa a la zona del Caúcaso, lo mismo sucede con las academias militares y ahí va Tagüeña.
El general Inverno y la contraofensiva soviética que se produciría en Noviembre del 42 dieron la iniciativa a Stalin. En Enero del 43 las unidades alemanas cercadas en Stalingrado fueron metódicamente aniquiladas.
No fue hasta la primavera del 43 que Tagüela y su familia pudieron regresar a Moscú. Aquí no me resisto a comentar un hecho que él relata y que me parece ilustrativo de la naturaleza humana. El viaje de regreso en tren duró diez días. Los ocupantes de todos los vagones habían hecho acopio de te antes de salir y lo habían distribuido en pequeños paquetes con el propósito de comerciar en las estaciones en las que paraba. El Partido les prohibió este comercio pero se saltaban esta prohibición. Tagüeña fue fiel a la consigna de la organización hasta la última parada. Todos habían terminado sus paquetes de te que cambiaban por sal. Tagüeña había guardado el te y se benefició de la ley capitalista de la oferta y la demanda. Cuando la demanda de sal había disminuido por agotamiento del te, él obtuvo más sal de mejor calidad que sus compañeros de viaje. “Un poco de esta sal nos sirvió para conseguir bastante mantequilla una vez que llagamos al corazón de Rusia y el resto fue nuestro mejor capital durante muchos meses cambiándola en el mercado por carne y leche.” Está claro que cuando te saltas las normas del Partido se vive mejor en la economía de mercado.
Se libró de ir al frente en la Guerra mundial. El Partido lo destino a enseñar estrategia a los futuros oficiales soviéticos. Hay que tener en cuenta que Stalin había purgado al 80 por ciento de los mandos de su Ejército antes de la guerra y necesitaba urgentemente formar nuevos cuadros. Tagüeña, dado su conocimiento de estrategia militar, era una persona considerada en las altas esferas del régimen stalinista.
No obstante su actitud tibia respecto a la situación que veía le empezó a crear problemas. Se mantuvo ajeno a las disputas por la dirección del Partido Comunista de España entre Pasionaria y Jesús Hernández. La primera consiguió que la URSS enviara a Hernández a México y tras la muerte de José Díaz, y un periodo de dirección colegiada, y con el apoyo ruso, se hizo con el control de la organización comunista española.
Esta actitud de no implicarse en intrigas hizo que trasladaran a Tagüeña a Yugoslavía donde abrazó con entusiasmo el régimen de Tito que veía como un proyecto de independencia política respecto a Moscú. Allí vivió los Procesos de Praga entre el 52 y el 54, las purgas estalinistas que afectó, entre otros, al secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia, Rudolf Slansky, acusado junto a otros 13 dirigentes de conspiración y alta traición. Todos confesaron bajo torturas. Once de los 13, entre ellos Slansky fueron ejecutados.
Es en este momento cuando se produce la ruptura de Tagüeña con el comunismo. Temeroso de ser también víctima de la purga staliniana, reniega de sus simpatías por Tito y para conseguir ser destinado a Checoslovaquia.
Allí trabaja en un laboratorio de biología, pero su anhelo es abandonar el país rumbo a México. No es fácil. Salir del bloque soviético no se podía hacer sin la autorización del Partido.
En Checoslovaquia Tagüeña vivio con la permanente amenaza de ser purgado y enviado a Siberia. Conoció el control férreo de los aparatos policiales. “Se instauró un control estricto sobre todos los extranjeros, dice, a los que se dieron documentos especiales de identidad. Se dictaron progresivamente toda clase de normas para conocer los movimientos de la gente dentro del país. En la casa, un vecino de confianza, de hecho funcionario de policía, llevaba un libro de registro donde se anotaban los nombres de los que pernoctaban.”
A Tagúeña le costó salir de este infierno. Tuvo que batallar con la burocracia del Partido Comunista de la URSS y con los dirigentes de su propio partido. Por fin lo consiguió. Llego a México el 12 de Octubre de 1955.
En México reflexionó sobre su vida y escribió su autobiografía aquí resumida. Termina su epílogo afirmando que, “ ideologías caducas, éticas insuficientes y filosofías trasnochadas han llevado al hombre a la desorientación cuando no a la desesperación… Queda por probar la fusión del socialismo con la libertad, fórmula inédita y única bandera bajo la cual merecería la pena luchar.”
Millones de muertos para llegar a esta conclusión.
Manuel Tagüeña murió el 1 de Junio de 1971. Descansa en el cementerio de Ciudad de México donde también fue enterrada su mujer, Carmen Parga, bajo una lápida que dice: “ Padres y abuelos queridísimos en medio del huracán mantuvieron la llama del hogar.”