San Pedro Mártir y el síndrome de Estocolmo
La espantada de Pedro Sánchez y la reacción del PSOE
La semana pasada, el presidente del gobierno de España decidió dejar su puesto durante cinco días para reflexionar sobre su futuro. Lo comunicó en redes sociales de un modo que me hizo recordar a Trump en Twitter, y que ya ha sido analizado por decenas de plumas.
No merece la pena reincidir en lo ridículo de que un partido que ha hecho práctica común del acoso personal a sus rivales (incluso en sede parlamentaria) se rasgue las vestiduras porque se presenten demandas o querellas por la actividad poco estética de la mujer del presidente. No adelantamos nada analizando de nuevo los paralelos con la estrategia de Pujol cuando el caso Banca Catalana, la de Cristina Kirchner cuando la condenaron, y otros intentos de deslegitimar las sentencias judiciales. O especulando sobre estrategias de desgaste del Estado de Derecho. Tampoco vamos a analizar el público que ha concurrido a Ferraz en los autobuses del PSOE y su denuncia de “mentiras” que no son capaces de identificar, o las declaraciones de líderes socialistas como Ramón Alzórriz, pidiendo un país sin derecha y sin tutela judicial (literalmente).
No. Para todo eso hay otras manos. Si me lo permiten compartiré dos reflexiones diferentes.
La primera (lo que pensé al enterarme de que Sánchez suspendía su agenda) es que el primer plan afectado era el viaje a Irlanda para poner en marcha el reconocimiento oficial del estado de Palestina. Unido a las noticias de que se reabrían las investigaciones sobre escuchas telefónicas a Sánchez con el programa Pegasus (israelí) al haberse obtenido nuevos datos, da para alimentar dos semanas de conspiranoia. Ahí lo dejo para quien guste.
Pero, como somos gente seria, me centraré en la segunda. Que Sánchez quiera protegerse de cualquier acusación con una reacción de masas es normal. Lo sorprendente es que la consiga.
En el PSOE dicen que no sabían nada de la carta, pero han cerrado filas vertiginosamente y casi con unanimidad (la negativa de Lambán, Susana Díaz y algunos más a extender un indulto preventivo a Sánchez indica que aún queda gente con principios). Una reacción visceral e instintiva que dice que las decenas de miles de personas que forman el PSOE se sienten amenazadas cuando su líder amaga con irse.
Bloomberg escribió que “el improvisador” Sánchez “daba cinco días a España para imaginar la vida sin él”. Algunos no han tardado ni cinco horas en darse cuenta de que la caída de Sánchez les arrastraría no sólo a la oposición, sino a una crisis existencial preocupante.
Algunos no han tardado ni cinco horas en darse cuenta de que la caída de Sánchez les arrastraría no sólo a la oposición, sino a una crisis existencial preocupante.
Sánchez ha llevado a la militancia del PSOE por caminos que pocos de ellos esperaban o querrían haber conocido. Ha pactado con populistas que “le quitaban el sueño”, y asumido sus políticas y sus banderas hasta neutralizarles. Se ha metido en la cama con los (ex) democristianos vascos, asumiendo medidas como la “ley de abusos policiales”, la transferencia de competencias en prisiones, o la extorsión permanente con el cupo a cambio de sus votos, en una recreación cañí del caciquismo del siglo XIX. Se ha metido en reuniones “bilaterales sin líneas rojas” con el nacionalismo catalán postgolpista. Ha desactivado la reacción de los catalanes constitucionalistas de 2017 con indultos y despenalizaciones, y ahora está reviviendo a Puigdemont con una amnistía sin consenso, sin justificación legítima, sin informes legales, y muy posiblemente sin encaje en la legislación europea (del encaje constitucional mejor no hablamos). Se ha abrazado a Bildu dándoles no sólo la alcaldía de Pamplona sino su reconocimiento como partido “progresista y democrático”. Ha llevado la colonización institucional de los medios de comunicación públicos, la justicia y la fiscalía a niveles de alarma.
Son todo decisiones personales de Sánchez, muy contrarias a los reflejos e ideología socialdemócratas que solían identificar al PSOE. Por decirlo en boomer, el partido ya no está en Kansas sino en territorio desconocido.
Todas esas “improvisaciones”, alertas antifascistas, huidas hacia adelante y alianzas oportunistas, le han permitido mantener la presidencia del gobierno y los resortes del poder. Unidas a una gestión muy deficiente de la pandemia y de la economía, también han generado una caída sostenida en el apoyo popular, reflejada en el derrumbamiento del voto socialista regional y local (con la excepción de las provincias con peso nacionalista).
Sin Sánchez, el PSOE de hoy no sabe lo que es ni lo que representa. Sin Sánchez, pierde el gobierno porque pierde la alianza con los nacionalismos centrífugos, basada en explotar su falta de escrúpulos. Sin Sánchez, pierde su único personaje mediático, porque el cesarismo no tolera segundones y Sánchez no tiene un Guerra (pese a la energía que le echa la ministra Montero). Pierde el rostro de cemento armado que le permite mentir y reírse de los problemas económicos y legales, los incumplimientos con Europa, los ataques sostenidos a la independencia judicial y de la fiscalía, la evidencia de falsificación de datos de empleo, como si no fueran con él. Sin Sánchez, el PSOE no sólo se va a la oposición (y muchos militantes a la cola del paro): se verá obligado a mirarse al espejo, intentar asumir lo que ha hecho y en qué se ha convertido, y adivinar cómo salir adelante. Y tiene muchísimo miedo.
Así que sí, Sánchez ha diseñado una operación para validar su gobierno y descalificar cualquier ataque judicial, una operación que es peligrosa para el Estado de Derecho. Pero el PSOE la ha ejecutado con desesperación porque tiene un síndrome de Estocolmo de manual.