No mires arriba, mira a Oscar Puente
España está en campaña electoral. No sólo vasca, catalana o europea. Esto tiene pinta de durar hasta que Pedro Sánchez crea que tiene alguna posibilidad de conseguir una mayoría en unas generales.
Para tener la menor probabilidad de seguir en la Moncloa en un año, Sánchez tiene que hacer retroceder una marea que ya le llega al cuello. Hace un mes Sánchez olía a gobernante caducado, a jabalí herido, a pato cojo. No podía legislar, y tampoco sabe hacerlo (leyes como el “no es no” o la amnistía condenada al bloqueo). No podía librarse del olor de corrupción en torno a las compras de mascarillas (esa entrevista a Abalos y sus mensajes borrados) ni del olor a conflicto de intereses que despiden las actividades de su mujer (la directora de másters sin licenciatura, amiga de aerolíneas rescatadas con dinero público). No podía esconderse de la realidad de un paro rampante y un nivel de vida en descenso, ni seguir tapándolo todo con deuda y fondos europeos. La rebelión del poder judicial y la fiscalía era cada vez más palpable. Pero lo peor es que ya no es útil a sus socios de investidura: lo que podía hacer por ellos ya está hecho. Era un zombi esperando una moción de censura que no iba a llegar.
Hace un mes, Pedro Sánchez era un zombi esperando una moción de censura que no iba a llegar.
Para cambiar la dinámica, Sánchez necesita cambiar las sumas. Necesita terminar de comerse a Podemos, Sumar y sus eventuales derivadas. Necesita quitar terreno a sus socios nacionalistas, y volver a movilizar a los votantes del PSOE. Necesita elecciones, y ganarlas. Necesita ser clave en Cataluña y País Vasco para asegurarse de poder seguir comprando apoyos. Necesita demostrar a Europa que sigue siendo demasiado importante para que le abran expediente por atacar el Estado de Derecho o malgastar los fondos de reconstrucción. Necesita una mayoría que le permita gobernar.
Así que, incapaz de proporcionar pan, nos ha traído circo. En la pista central, buenos contra malos, jueces corruptos contra mujeres inocentes, franquistas contra demócratas, medios mentirosos contra San Pedro Mártir: en resumen, todo lo que puede servir para que sus votantes descarten cualquier acusación contra los suyos.
En la pista lateral izquierda tenemos el show de Palestina, que pretendía movilizar a la izquierda y en España sólo ha arrastrado a los extremistas, pero que le presta una mínima vitola de líder ideológico.
Y en la pista lateral derecha tenemos a Oscar Puente que, como un Antonio Papell con cartera de ministro, hace lo posible por provocar peleas cada día. Con ciudadanos, con medios, con la oposición o con el jefe de Estado de la República Argentina. No olvidemos que Milei es, junto con Ayuso, la bestia negra oficial de la izquierda española, y meterse con él (aunque sea insultando desde un asiento en el gobierno) enardece a los fieles. Puente está haciendo un papel que le viene como anillo al dedo: eliminar el intercambio de ideas o datos y sustituirlo por los gruñidos de tribu. A mí los míos, que me voy a atrever con Milei/Ayuso/la maquina de fango/los jueces. Defendedme.
Milei, como Ayuso, no sólo es oficialmente malo por definición, sino que encima devuelve los golpes y genera contraataques reales. Son casi el blanco perfecto.
El objetivo buscado es crear y mantener confrontación. Polarizar, evitar el diálogo, evitar la búsqueda de acuerdos y del bien común, y sustituirlos por la búsqueda de la victoria sobre el enemigo, aunque esa “victoria” sea dispararse en el pie y ese “enemigo” no lo sea. El mejor ejemplo es el ataque a la independencia judicial y a la libertad de prensa, dos herramientas necesarias para proteger a la población de los excesos de cualquier gobierno, no sólo del suyo.
La polarización agrupa voto. Los partidos pequeños se diluyen en el ejército mayor. Sánchez y el PP se benefician de ella, a costa de cualquier oportunidad de reforma del sistema político que nos ha llevado hasta aquí.
La polarización evita la crítica. En tiempo de crispación, no importa si los míos son corruptos o se equivocan, porque son los míos y no son momentos para pequeñeces; ya hablaremos cuando no peligren la democracia y los derechos de las mujeres.
La polarización no se puede mantener indefinidamente. Si no se desinfla (lo que puede pasar si la población se cansa del espectáculo sobreactuado) desemboca en conflicto civil o en catarsis electoral. Cabe pensar que Sánchez piensa en la segunda.
En resumen, el show de Sánchez en medios y el de Puentes en redes no son simplemente una nube de humo para que no hablemos de Begoña. Es una huída hacia adelante en toda regla que puede aplastar por el camino lo que queda de las instituciones democráticas españolas. Y que podría funcionar.
Foto de Justin Wolff vía Unsplash