Tagüeña (I) Testimonio de dos guerras
La historia de la II República y la Guerra Civil contada por un comunista que más tarde dejó de serlo.
Alguien dijo que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Cuando en Europa vuelven a correr vientos de polarización, cuando resurgen viejos extremismos, esta vez revestidos con otros argumentos, se hace necesario echar la vista atrás para tomar conciencia y no repetir viejos errores.
Manuel Tagüeña fue teniente coronel, con funciones de general, responsable del Décimo Quinto Cuerpo del Ejercito Republicano en la Batalla del Ebro. Con 25 años dirigió las tropas en las que recayó la parte más dura y difícil de la batalla que se inició el 25 de Julio de 1938 y que duró algo más de tres meses y medio.
Tagüeña era militante del Partido Comunista de España, al que se afilió durante la Republica, y fue líder destacado de las Juventudes Socialistas Unificadas en las luchas universitarias durante este periodo.
Su figura y su peripecia vital resumen por sí solas toda la historia del siglo XX. Desde el ideal comunista de su juventud, a la Guerra Civil y posteriormente un exilio en Moscú, Yugoslavia Checoslovaquia y finalmente en México. Del ideal al desengaño tras ver la realidad práctica en la que se habían convertido sus ideas. Una realidad de miseria económica y moral. Fue testigo de las purgas estalinianas y solo la suerte y su habilidad para mantenerse al margen de intrigas políticas le libraron de ellas.
Su vida, “la de un excomunista capaz de decir la verdad sobre si mismo” en palabras de Richard Grossman, está recogida en un libro autobiográfico, de más de 800 páginas, titulado “Testimonio de dos Guerras.” La Guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial.
En esta primera entrega resumiré y analizare la primera parte de la obra y dejo para más adelante el resumen y los comentarios sobre la segunda.
Primeros años de militancia durante la República.
El Manifiesto Comunista de Marx y Engels comienza con la frase “Un espectro recorre el mundo.” Pero en el siglo XX fueron dos: el comunismo y el nazismo, y ambos llevaban en la mano sendas guadañas.
Tagüeña cuenta cómo se afilió al Partido Comunista por puro idealismo juvenil y abrazó una de las dos ideologías que basadas en la violencia pretendían resolver la crisis de España y del mundo. “A los 16 años, dice, consideraba que solo entregado a una causa noble tenía sentido la vida…y creí justo recurrir a la violencia para transformar el mundo.”
La debilidad de los partidos republicanos en los gobiernos de Lerroux y Martínez Barrio da oportunidades a los comunistas para crecer y lanzar la consigna: “ni con Azaña ni con Lerroux, organizar los soviets.” La polarización política se acentúa con la creación de las JONS y las peleas a tiros que mantenían ambos bandos en el recinto universitario donde se instauró “la dialéctica de las pistolas.”
Habla de cómo la liquidación del movimiento espartaquista en Alemania y del socialismo austriaco produjo la radicalización del socialismo español de Largo Caballero que no quería correr el mismo destino. Dice Tagüeña: “comenzó el reclutamiento y entrenamiento de las milicias socialistas en las cuales me enrolé desde el primer momento” Se iniciaban los preparativos de la insurrección armada contra el legítimo gobierno de la Republica organizada en Octubre del 34 por los socialistas Largo Caballero e Indalecio Prieto. Este último alquiló un barco, “El Turquesa” con el que descargó alijos de armas en Asturias. La Revolución, que pretendía repetir en España el Octubre ruso del 17, fracasó, y solo Asturias, donde se habían unido socialistas, anarquistas y comunistas, y Cataluña, la secundaron. Los líderes de esta insurrección fueron condenados. Hubo miles de detenidos que vivieron un cautiverio bastante relajado. “El régimen para los presos políticos, dice Tagüeña, era muy liberal. Las puertas de las celdas no se cerraban nunca. Podíamos entretenernos en el patio o permanecer en cualquier parte. La comida nos la traían de una taberna del barrio y hasta escogíamos el menú”.
El triunfo del Frente Popular en las elecciones de Febrero del 36 propició la ley de Amnistía que liberó a todos los presos implicados en la Revolución de Octubre del 34.
Tras las elecciones, fueron clausurados los locales falangistas. Se inició una ola de violencia sectaria con asesinatos en ambos bandos. Ni el Gobierno del Frente Popular, ni los anteriores de Lerroux, fueron capaces de imponerse sobre este clima de violencia.
Los asesinatos del teniente Castillo, el 12 de Julio, y de Calvo Sotelo, en la madrugada del día 13, fueron el detonante que dio paso al golpe de Estado del 18 de Julio y la posterior guerra civil.
La Guerra Civil
Manuel Tagüeña afirma que “si antes se asesinaba en la sombra o en la confusión del desorden callejero, ahora todo se podía hacer al aire libre… abriendo así la brecha donde nuestra generación iba a ser definitivamente sepultada.” Más adelante señala que “en ambos bandos considerábamos como fatalismo este periodo, como algo que no se podía impedir… admitíamos la necesidad de los verdugos y lo único que hacíamos es dejar que fueran otros los que ejecutaran esa función… el único destino a la vista era asesinar o ser asesinado.”
En este contexto, señala que el poder efectivo estaba en manos de los grupos armados de anarquistas, socialistas y comunistas, “aunque se mantuviera el Gobierno como símbolo de legalidad republicana ante la opinión internacional.”
Todavía hay quien se pregunta por qué las potencias occidentales no apoyaron a la República española. La respuesta es obvia. No querían contribuir a la instauración de un régimen comunista. En 1938 al bando republicano le quedaban 11 Cuerpos de Ejercito, tres en el frente del Ebro, cuatro en Valencia y otros 4 en Madrid. De los 11, 7 estaban dirigidos por comunistas, 1 por un socialista y los otros 3 por militares republicanos. Era obvio que el Gobierno del socialista Negrin, dependiente del suministro militar de Rusia y con la mayor parte del ejército en manos de los comunistas, no tuviera mucho éxito reclamando la ayuda de los países Occidentales. La disolución, en plena Batalla del Ebro, de las Brigadas Internacionales no convenció tampoco ni a Gran Bretaña ni a Francia del carácter democrático de un posible Gobierno que surgiera tras una victoria republicana en la contienda civil. Maxime sabiendo lo que el propio Tagüeña reconoce : ”como no se llegó a la victoria no hubo oportunidad de pasar a la inevitable segunda etapa de la política estalinista del Frente Popular; la eliminación de los partidos aliados y la toma del poder.”
Buena parte de este capítulo lo dedica Manuel Tagüeña a detallar de forma pormenorizada todos los episodios de la batalle del Ebro, donde se puede decir que se decidió el resultado de la contienda.
Después de un inicio fulgurante del ejercito republicano, que se hizo con un área de alrededor de 600 kilómetros cuadrados, el ejército franquista, mejor armado, detuvo la ofensiva y poco a poco obligó a los republicanos a replegarse. Hubo alrededor de 30.000 muertos. Los republicanos perdieron sus principales unidades y gran parte de sus reservas tácticas y estratégicas. Una vez rechazada la ofensiva republicana en la orilla izquierda del Ebro, el bando franquista tuvo fácil la toma de Barcelona. Solo quedaban Madrid y Valencia, a donde se había trasladado el Gobierno. Es, en este final de la guerra, donde los comunistas no quedan muy bien parados a ojos de la Historia.
Los dirigentes comunistas en el final de la Guerra Civil: yo me voy y ahí os quedáis.
En Madrid, el general Casado, que pretende negociar la paz con Franco, se rebela contra el Gobierno de la República. Considera que una vez dimitido Azaña de la presidencia de la República, Negrín carece de legitimidad. La nueva Junta casadista acusa al Gobierno de ser “una dictadura solapada de un partido que sirve a intereses extranjeros”
La posición del Partido Comunista respecto al Golpe del General Casado, fue de dejar hacer a pesar de que de los 250.000 efectivos del Ejército republicano en Madrid los comunistas dirigían 200.000. Casado contó con el apoyo del socialistas Besteiro y de Wenceslao Carrillo, el padre de Santiago, así como de los anarquistas, los republicanos y sindicatos. En definitiva, todo el Frente Popular menos los comunistas.
Viendo la guerra civil perdida, la dirección de los comunistas prepara ya su salida de España. Quedó claro, dice Tagüeña, que el Partido Comunista no iba a tomar ninguna iniciativa ante el pronunciamiento de Casado, iba a esperar los acontecimientos ya que no quería ser responsable de cualquier acción que terminara de derrumbar el tambaleante Frente Popular. “No había otra alternativa que salvar la mayor cantidad de cuadros comunistas y dejar la responsabilidad del final de la guerra en manos de la Junta de Casado.” Poco después de que se tomara esta decisión y que la dirección comunista pasara a Francia, los comunistas que habían quedado en Madrid se rebelaron contra Casado en un clamoroso ejercicio de incomunicación con la dirección de su partido. “El ímpetu de la ofensiva comunista contra Casado fue frenado, dice Tagüeña, no por los anarquistas del IV Cuerpo de ejército, sino por las instrucciones que acabaron llegando de la dirección del Partido Comunista.”
El otro episodio poco brillante del Partido Comunista en la fase final de la guerra fue la salida apresurada de la dirección del partido y de sus principales cuadros de España. El 5 de marzo el Gobierno Negrín toma la decisión de abandonar España tras comprobar que la flota republicana con base en Cartagena había decidido unirse al bando franquista. Desde el aeródromo de Monóvar los miembros del Gobierno volaron a Francia y Pasionaria, acompañada de sus más próximos, a Argelia. En otro avión volaron los máximos dirigentes comunistas. El “Campesino” se fue con tres compañeros en un pequeño barco desde el puerto de Adra, el Almería. Los miembros del partido de segundo nivel acudieron también al aeródromo y se encontraron a más personas de las que los aviones podían cargar. Se seleccionó a los más fieles, jefes militares, altos dirigentes del Partido y Comisarios políticos. y el resto quedó en tierra, intentando llegar a Cartagena. Allí miles de personas esperaban un transporte marítimo para huir de España, perofueron pocos los que lo consiguieron.
Tras fracasar en las negociaciones con Franco, el propio Casado abandonó España en un buque de guerra inglés. Mientras tanto, oficiales y soldados escogidos de la División, que había dado cobertura a la evacuación del Gobierno y de la dirección comunista, se apoderaron por la fuerza de dos campos de aterrizaje y salieron hacía Africa en aviones, acompañados por dirigentes comunistas de las Juventudes Socialistas Unificadas. Fue una desbandada general. También Hernández, Checa y Togliatti con otros dirigentes comunistas asaltaron dos aeródromos. Desde el avión Hernández saludo a quienes quedaban en tierra. “Abordamos los aparatos, saludados por última vez por aquellos sencillos camaradas que alzaban el puño cerrado deseándonos buen viaje, mientras ellos se quedaban en una tierra que les iba a servir de tumba y partimos rumbo a Orán.”
En Cartagena un navío embarcó a 5.000 personas y dejó a 15.000 en el puerto. En Madrid, Julián Besteiro y el anarquista Melchor Rodríguez decidieron quedarse para compartir el destino de millones de sus compatriotas.
“Resulta inconcebible, -dice Tagüeña- que con centenares de miles de afiliados, muchos de ellos en puestos importantes en el frente y en la retaguardia, y una extensa red de comités regionales y locales (el Partido) se dejara desplazar con tanta facilidad. Pero todo era consecuencia natural de la decisión tomada desde muy arriba de no intervenir cuando la República se derrumbara.”
Lo que Tagüeña sugiere, lo explicita con pelos y señales Jesús Hernández, quien fuera ministro de los Gobiernos de Largo Caballero y Negrin y miembro del Buró político del Partido Comunista de España. Señala Hernández en su libro “Yo fui ministro de Stalin” que lo que denomina la troika del Partido (Pasionaria, Togliatti y Stepanov) conocían los planes de Casado y se lo ocultaron para que no reaccionara. Jesús Hernández va más allá, señala que desde Moscú se utilizó la guerra civil española como una pieza más de los intereses geoestratégicos de Rusia, sirviendo tarde y mal las armas a la República y sobre todo maniobrando contra el Gobierno de Negrín del que intentaron que salieran los ministros comunistas. No lo consiguieron porque se opuso la dirección del PCE. Hernández acusa a la troika comunista de llevar a la derrota al ejercito de la Republica planteando la batalla del Ebro; “¿Es que no sabían los «consejeros» militares soviéticos que imponernos aquella batalla de desgaste era empujarnos al suicidio? Lo sabían. No son genios, pero tampoco son tontos”. Tras la batalla del Ebro, dice Jesús Hernández, la troika dispersa en Rusia, Francia y en diversos puntos de España a la dirección del PCE para que no sea operativa y oculta los preparativos del golpe de Casado.
“La «troika» decidió esperar a que estallara la sublevación en vez de tomar las medidas para hacerla abortar. La «troika» no denuncia los manejos de los conspiradores ante la opinión pública: mantiene el «secreto». La «troika», dando por supuesto que en Madrid se fraguaba el golpe casadista, decide abandonar Madrid. Admitamos que lo hizo por prevención. Bien, pero ¿por qué retira de Madrid a Modesto, Líster, Tagüeña, Vega, etc., nuestros más prestigiosos militares, que por su capacidad política y militar eran los hombres que podían asegurar eficazmente la dirección de la lucha contra los sublevados? ¿Tú crees que los acontecimientos en Madrid no hubieran tomado otro sesgo de encontrarse allí un fuerte núcleo de nuestros camaradas?”
Queda por aclarar cuáles eran los motivos de Stalin para este cambio de estrategia en relación con España. Hernández lo explica en una nota a pie de página:
“Más tarde, al firmarse el pacto germano-soviético, el cuadro de la conducta soviética fue claro para algunos de nosotros y para millones de hombres en el mundo. Asustado Stalin por el repetido fracaso de su maquiavelismo político, que culmina en Munich, donde se encuentra con unos gobernantes occidentales dispuestos a todos los apaciguamientos, decide orientarse hacia el acuerdo con Hitler. En ese momento Stalin no sólo abandona al pueblo español, sino que traiciona al mundo proletario, a los ideales socialistas, al tirar al cubo de la basura toda apariencia de internacionalismo revolucionario.”