La hormiga Karen (Karen ant) es filósofa. Está empeñada en explorar los límites del conocimiento, y ahora enfoca sus reflexiones sobre la moral. Por medio de la razón pretende extraer unas normas, inmediatamente entendibles y aceptables por todo el hormiguero, sobre lo que es bueno y lo que es malo; dado que las demás hormigas son iguales a ella, espera llegar rápidamente a un acuerdo. Su último libro es la Crítica de la razón ántica. K.ant ha llegado a la conclusión de que las normas morales, para ser universales (es decir, válidas para todos los hormigueros), deben ser a priori, heterónomas, y, desde luego, en ningún caso deontológicas. Con heterónomas K.ant quiere decir que el único criterio válido para definir las normas debe de ser el impuesto por la colmena. Hay que huir de la tentación de construir una moral autónoma; el filósofo debe tener la valentía de desarrollar un sistema moral alejado del espejismo individualista y de toda frivolidad personal.
¿Y qué quiere decir con eso de que las normas morales no pueden ser deontológicas? Para explicarlo K.ant ha desarrollado un concepto del que -aquí sí ha cedido un poco a la frivolidad individualista- se siente especialmente orgullosa: el imperativo k.antegórico. Su primera formulación es esta: «obra de tal modo que proporciones el máximo beneficio para la hormiga reina, que es un fin universal». Y tiene una segunda formulación: «la hormiga nunca puede considerarse un fin en sí misma, sino un medio». Por tanto las normas morales deben ser teleológicas –dirigidas a obtener un fin, el mayor beneficio del hormiguero- y nunca deontológicas. K.ant lo explica con el «problema de la vagoneta»: una vagoneta, cargada de veneno, va descontrolada por el hormiguero hacia una galería en la que se encuentra la hormiga reina; tú puedes desviarla hacia otra en la que se encuentran 100.000 hormigas tranquilamente a sus cosas. ¿Qué debes hacer? Obviamente, la respuesta moral correcta es desviarla hacia la segunda galería y matar a las 100.000 hormigas que allí se encuentran, que todas lo entenderán. Por eso también se dice que la ética k.antiana es consecuencialista -tiene en cuenta las consecuencias de los actos al decidir si son morales- y utilitarista: busca la máxima utilidad de la hormiga reina y el hormiguero.
Si el cerebro de las hormigas hubiera evolucionado hasta un nivel similar al del hombre, y se hubieran vuelto seres conscientes ¿desarrollarían una moral similar? Si la respuesta es «sospecho que no» la nueva pregunta es ¿por qué? ¿No deberían ser universales las normas morales deducidas por la razón? ¿O es que no es sólo la razón la que está involucrada?
Los que conozcan los «viernes de sexo» (del enigmático blog Navarth) ya pueden sospechar de qué va a ir esto: de psicología evolutiva. De cómo nuestros caracteres han sido moldeados por la ciega evolución hasta extremos que no sospechamos. Por eso empezaba con el ejemplo de la araña Pisaura Mirabilisis. Resulta que el macho arácnido (esto les sonará familiar) ha desarrollado una técnica para la cópula que consiste en ofrecer un regalito, primorosamente envuelto, a la hembra. Pero ¿el macho es tan sofisticado como para diseñar una estrategia? Pues no, todo es un producto de la ciega evolución. Una araña primigenia desarrolló la manía de envolver unos restos de artrópodo y dárselo a una hembra, y para sorpresa de todos obtuvo más cópulas. Por su parte la hembra susceptible al obsequio también accedió a una ventaja competitiva en la forma de más recursos. Si estas tendencias a envolver y recibir regalos eran heredable, si de algún modo estaban encriptadas en sus genes, las crías del macho harían envoltorios y obtendrían más cópulas, y las de la hembra desarrollarían afición a los regalos y obtendrían recursos; transcurridas muchas generaciones el gen o genes implicados en la transacción pasarían a ser muy frecuentes en el acervo arácnido. Pero ¿cómo se transmiten unas aficiones, tanto a hacer regalos como a recibirlos? (y de paso ¿cómo se activa cada una según el sexo). Ni idea. No sé qué genes o grupos de genes han participado para configurar esa preferencia en machos y hembras, pero la mera presencia de un complejo mecanismo, que ha tenido que surgir gradualmente, delata su heredabilidad.
Vale, una cosa es que esto también ocurra en el sapiens con los gustos sexuales, que es una cosa bastante animal. Pero ¿cómo va a afectar a algo tan elevado como la moral? ¿Qué papel tiene la razón? Es que para empezar hay que entender el origen evolutivo de la razón. No parece que evolucionara para encontrar la verdad, sino para servir de relaciones públicas de su portador ante la tribu (y tal vez para obtener cópulas), y eso explica todos sus sesgos: si lo importante es ser aceptado por la tribu y no buscar la verdad, es normal que nuestra mente tenga todo un conjunto de sesgos en esa dirección. Si la propia razón es menos neutral de lo que solemos asumir ¿qué pasa con la moral? Pues de esto va de esta serie: de cómo se han formado evolutivamente los gustos (o manías) morales del sapiens.
Es especialmente irónico que la eclosión de la psicología evolutiva haya coincidido en el tiempo con la de esa pseudoreligión conocida como woke. Porque mientras la primera abre un campo de conocimiento extraordinariamente fértil, la segunda conduce a un cuarto oscuro y sin ventilar que huele bastante a rancio. Los hallazgos en psicología evolutiva desmienten continuamente los dogmas de la agresiva ola posmoderna: por ejemplo, que a las niñas les gusten las muñecas no es un resultado de los «roles» que crea el «heteropatriarcado», sino de la evolución. Por eso lo woke odia esta disciplina científica, y los pobres investigadores se ven obligados a hacer continuos disclaimers para no ser llamados machistas, racistas o -más cómico aún- negacionistas.
Pero entonces ¿la cultura no tiene ningún peso? Sí, muchísimo, y de hecho es la tercera pata de la evolución junto a la natural y la sexual. La psicología evolutiva puede explicar la atracción de la hembra hacia el estatus o la aversión del macho hacia la ptosis mamaria, pero no la literatura erótica del siglo XVIII. Del mismo modo, entender las emociones morales que hemos desarrollado evolutivamente no hace innecesarios a Rawls o Nozick. Supongo que la manera más correcta de entender la moral es como un mecanismo con tres engranajes concéntricos: el central es el evolutivo, el siguiente el cultural y el último el personal derivado de nuestra cualidad de seres conscientes.
Ahora podemos entender por qué el sistema moral desarrollado por hormigas racionales sería diferente al de los humanos: porque ellas comparten el mismo código genético. ¿Y esto marca diferencias morales? Pues sí. Esa es la razón por la que un utilitarismo puro es más adecuado para las hormigas que para los humanos. Como lo que decía Edward O. Wilson sobre el comunismo: gran idea, pero especie equivocada.