En 1966 el psicólogo Peter Wason propuso un experimento lógico:
«Delante de usted hay 4 cartas. Cada una de ellas tiene una letra en una cara y un número en la otra. Como ve, dos de las cartas muestran una E y una K, y las otras dos un 2 y un 7. ¿Qué cartas debería levantar para comprobar si la siguiente regla es verdadera o falsa: “Si hay una E en un lado de la carta, hay un 2 en la otra”?».
La respuesta lógicamente correcta es la E y la 7. Si usted ha contestado la E y la 2 no se preocupe: ha coincidido en el error con el 90% de los participantes.
Hugo Mercier y Dan Sperber explican que en el proceso cognitivo intervienen procesos inconscientes («intuiciones» o «inferencias») y procesos conscientes («razonamientos»). Si usted contempla la cara que hay bajo estas líneas inmediatamente intuye que está enfadada (y tal vez un poco resfriada) En cambio la contemplación de «250 x 76» no provoca ninguna inferencia inmediata, sino que requiere de una participación activa para solucionarlo. Es esto a lo que se refiere Kahnemann con el Sistema 1 y Sistema 2 del pensamiento: el primero es un proceso no consciente en el que las conclusiones parecen llegan como caídas del cielo, ajenas a nosotros, y en el segundo hay una participación consciente. Si cuando afirmamos que el hombre es racional pretendemos decir que su mente sólo funciona con razonamientos conscientes, organizados según las reglas de la lógica, no parece que sea cierto.
Porque lo realmente curioso del experimento de Wason es que lo que parece una prueba de pura lógica y razón suele ser «resuelto» por una (equivocada) intuición: puesto que E y 2 aparecen en el enunciado, deben de ser las cartas relevantes en la solución. ¿Es posible que nos haya guiado una inferencia tan burda? Pues sí, porque unos años más tarde el psicólogo Jonathan Evans hizo un curioso descubrimiento que lo confirma: basta con cambiar ligeramente la regla del experimento de Wason a «Si hay una E en un lado de la carta, NO hay un 2 en la otra» para que la gente acierte masivamente. En realidad, siguen empleando la misma intuición y contestando E y 2, pero en este caso, por casualidad, es correcta. Y en ambos casos será capaz de aportar un argumento convincente de por qué lo ha hecho, aunque no sabe en realidad por qué lo ha hecho. Es decir la intuición (no consciente) y el razonamiento (consciente) funcionan separadamente, y con frecuencia el razonamiento no es más que una justificación ex post de una intuición de la que uno no es consciente. Resumen Mercier y Sperber:
«La evidencia que hemos considerado hasta ahora sugiere que los seres humanos tienen un conocimiento limitado de las razones que los guían y a menudo se equivocan sobre éstas (…) No es que comúnmente identifiquemos mal nuestras verdaderas razones. Es, más bien, que nos equivocamos de partida al asumir que todas nuestras inferencias están guiadas por razones. Las razones, queremos argumentar, juegan un papel central en la explicación posterior al hecho y en la justificación de nuestras intuiciones, no en el proceso de inferencia intuitiva en sí».
En general nuestras intuiciones provienen de nuestro sótano. Es un recinto subterráneo bastante desconocido para nosotros mismos, amueblado con instintos y emociones. Y entonces ¿qué papel tiene la mente consciente? El psicólogo Jonathan Haidt la compara a un jinete subido sobre un elefante -el equivalente al sótano-. Pero el jinete no guía al elefante: se limita a construir explicaciones convincentes de por qué el elefante se ha comportado de determinada manera (por qué ha girado abruptamente, por qué ha arremetido contra alguien, por qué se ha metido en un sembrado...) aunque no tenga ni la menor idea de por qué lo ha hecho. Esto, que puede parecer algo desconcertante, tiene su lógica. Nuestras intuiciones llevan actuando desde hace 500 millones de años y, como en el resto de los animales, suelen funcionar bien. Y cuando en algún punto dentro del ultimo millón de años los humanos evolucionaron la capacidad para el lenguaje y el razonamiento el cerebro no se recableó para entregar las riendas al recién llegado.
Pero entonces ¿para qué sirve el jinete? ¿Para qué sirve la razón? En una de las próximas entregas de esta caótica (pero apasionante) serie aparecerá Christopher Boehm y su teoría de que la moral evolucionó por la presión de la tribu. Para evitar ser condenado al ostracismo, expulsado del grupo, o directamente asesinado, el sapiens aprendió a interiorizar los códigos de comportamiento de la tribu y a exhibir una virtud verdadera o falsa. Así que el jinete es el agente de comunicación del elefante. O, como dicen Mercier y Sperber, su abogado defensor. Porque la razón no ha evolucionado para alcanzar la verdad, sino para promover la reputación de su portador. Somos animales tribales, muy preocupados por ser aceptados en la tribu y por escalar en el juego de status que se desarrolla en ella, y para esto la razón funciona estupendamente.
El modelo del jinete y el elefante explica algunas perplejidades, como la frustración que se experimenta cuando se intenta infructuosamente convencer con razones a una persona que rehúsa ser convencida. Como bien conocía Dale Carnegie, si quieres convencer a otras personas no debes apelar a su razón sino a su elefante.
A estas alturas de la serie ya se pueden afirmar algunas cosas:
Las intuiciones forman parte del proceso de cognición.
Algunas de esas intuiciones están incorporadas a emociones. Eso explica por qué los pacientes de Damasio que quedaban desprovistos de emociones eran incapaces de razonar correctamente (ver Jueves Morales 2)
Algunas de esas emociones son morales, porque se refieren a juicios sobre lo que creemos que está bien o mal. Los adultos normales experimentamos culpa cuando no hemos estado a la altura de nuestros estándares, y vergüenza (ésta incluso se exterioriza y se hace evidente en el color del rostro) cuando no estamos a la altura de las expectativas de los demás. En general estamos provistos de lo que se puede llamar conciencia. Los psicópatas no vienen equipados con estas emociones, y por eso se puede decir que son discapacitados morales. En el reverso tenebroso de nuestras emociones morales está la ira, y el deseo de castigar al transgresor: imaginen lo que harían cuando ven al listillo que se cuela en la cola de salida de la autovía si su coche estuviera provisto de un equipamiento similar al de James Bond.
Las intuiciones morales se producen antes, y después el razonamiento moral para justificar aquellas, aunque uno no tenga ni idea de dónde provienen.
Entonces ¿debemos resignarnos a una razón puramente emocional, sin posibilidades de ser pulida por la razón? Espero que no. El propio Haidt adelanta que, si bien el elefante es escasamente sensible a las razones de su jinete, lo es a las de otros jinetes y elefantes amigos. Lo llama modelo social intuicionista, y lo representa con este gráfico:
El sentido de las flechas del gráfico indica que primero vienen las intuiciones, que son las que determinan el movimiento (el juicio) del elefante, y sólo después viene el razonamiento que pretende justificarlo ex post. Hay una línea débil que influye desde el propio razonamiento en la propia intuición, y unas líneas fuertes que influyen desde las intuiciones y razonamientos de otros hacia las propias intuiciones, lo que indican que la influencia de los demás en nuestros juicios es muy importante. Todos creemos que tenemos un compás moral propio, pero parece que la comunidad actúa como un campo magnético sobre él. La conformidad con el grupo nos puede llevar a considerar moralmente aceptable lo que creemos que el grupo considera así, y eso hace a las comunidades vulnerables a la putrefacción moral cuando están dirigidas por demagogos que controlan los resortes propagandísticos y mediáticos. Ellos suelen llamar a esta espiral de degradación y aceptación «mover la ventana de Overton».
Gráfico By Jonathan Haidt, CC BY-SA 2.5, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=45971688
Muy interesante, y predictivo sobre la enfermedad moral o etica que degrada nuestro sistema democratico. Las opiniones que recibimos, lastradas por nuestra eleccion y reforzada por el algoritmo, nos sumergen en una tribu cerrada que fija nuestros razonamientos frente s toda evidencia y nos coloca a uno u otro lado del muro( moral o politico) sin posiblidad de cambio.