El hombre nuevo se llamaba Loretta
¿Eres como eres, como quieres, o como te permiten? La relación entre persona y sociedad en la política actual.
Como comentaba el Economist esta semana, uno de los argumentos que mejor le funcionan a Trump es acusar a su rival de defender una variedad extrema de los “derechos trans”. La población estadounidense defiende masivamente la igualdad de todos los ciudadanos, se identifiquen como se identifiquen, pero se opone a que identificarse de un modo implique cambios en su identidad legal. Es decir, a que simplemente por decirse mujer, un hombre pueda usar el baño de señoras, un atleta pueda decidir competir en categoría femenina, o un delincuente elegir ser internado como mujer. O a que un menor pueda elegir (y recibir) tratamiento hormonal que condicione su desarrollo físico y mental radicalmente.
Trump es un populista que abusa del argumento. Pero es cierto que vivimos en un mundo en el que algunos defienden que es mujer quien decide serlo, y que el “género” es un constructo social igualmente voluntario, y en consecuencia fluido. Que alguien se puede levantar sintiéndose hombre, decidirse mujer para ir al baño (lo que además le convierte en trans), y acabar la tarde como uno de los géneros nuevos (por ejemplo “incel”, célibe involuntario).
Los que defienden esta posibilidad además promueven un conjunto de derechos ordenados a proteger su decisión, y una burocracia diseñada para asegurar que se cumplen. La consecuencia es una gran variedad de minorías protegidas (a cargo del contribuyente), en gran parte de origen subjetivo.
No estamos ante una simple alucinación colectiva sino ante una tesis ideológica que dice que somos lo que la sociedad nos permite ser, y que debemos definirnos a nosotros mismos sin límites. Como toda tesis ideológica, es resistente a los datos y a la realidad.
Para la mayoría, todo ello resulta tan absurdo como las escenas de Loretta, el personaje de la “Vida de Brian” que no sólo decide ser mujer, sino que exige (y consigue que se le reconozca) el “derecho” a ser madre, independientemente de que no pueda físicamente serlo. Pero en la película que estamos viviendo, la parodia se ha hecho carne, y gobierna. Los que definen la “corrección política” y hacen las leyes han comprado la tesis de Loretta, e intentan moldear la sociedad a su medida.
Dejando de lado los casos de disforia real, y las motivaciones reales de muchos activistas y políticos, para entender este movimiento hay que remontarse al siglo XIX. En concreto, a una de las tesis de Marx. Aunque su análisis fuera descalificado con el fracaso del comunismo, gran parte de los conceptos que popularizó siguen vivos y vigentes, y han arraigado en el pensamiento académico. Uno de ellos es el “hombre nuevo”.
Marx piensa que el hombre no es sólo creador sino resultado de la sociedad en la que vive. Piensa que “es, en su realidad, el conjunto de sus relaciones sociales”. Una vez liberado de la propiedad privada enajenadora y del trabajo capitalista alienador (ese que exige la división del trabajo y separa el capital de quien lo trabaja), sería capaz de generar una sociedad mejor, pero también de mejorarse a sí mismo y desarrollar todo su potencial. Gramsci toma esa tesis y la lleva más allá: si la individualidad es el resultado de las relaciones sociales, la creación de nuevas relaciones mediante la actividad revolucionaria crea un “hombre nuevo”.
Al definir a la persona como la consecuencia de relaciones externas, sin un sustrato animal (y en la práctica definible por quien define el sistema social), el análisis marxista no sólo simplifica demasiado sino que se condena a la hipocresía, defendiendo e intentando imponer modelos de comportamiento que sus propios representantes no son capaces de vivir. Esa contradicción es una de las más notorias de los regímenes comunistas, y sigue siéndolo hoy cada vez que cae un líder como Iñigo Errejón.
El hombre liberado por el marxismo se piensa libre de limitaciones que concibe impuestas por el viejo sistema. Piensa que puede definirse a sí mismo en el nuevo marco social. Si la sociedad dice que Loretta tiene derecho a tener hijos, Loretta lo tiene con todas sus consecuencias. Si dice que existe algo llamado “género” y que es electivo y diferente del sexo biológico, existe con consecuencias legales. Si dice que esa elección debe prevalecer sobre algo tan primitivo como la genética, la consecuencia legal es el derecho esencial a un cambio de sexo por vía médica.
En resumen, no estamos ante una simple alucinación colectiva sino ante una tesis ideológica que dice que somos lo que la sociedad nos permite ser, y que debemos definirnos a nosotros mismos sin límites. Como toda tesis ideológica, es resistente a los datos y a la realidad: creeremos lo que la respalde y descontaremos las evidencias que la cuestionen. Si algo o alguien se opone a ella o demuestra sus limitaciones, no importan los argumentos sino su condición de enemigo político o ideológico. Si no funciona, es el capitalismo o el heteropatriarcado normativo que nos oprime porque no hemos terminado de arrancarlo de la sociedad (mediante decreto ley) y de nosotros mismos (con suficientes cursillos).
No sólo eso. Una vez esta tesis está embebida en la legislación y el sistema, se convierte en verdad oficial y adquiere el respaldo de las empresas (en la medida en que su negocio depende de su corrección política) y de la burocracia. Más allá de la propia norma legal, que suele estar más condicionada por la mayoría social, el activismo se impone gracias a las estructuras creadas para implementar la tesis (“normalizar” un comportamiento o descalificar el contrario, financiar su promoción y restringir la expresión de los rivales). Esas estructuras, y esas empresas, crean los incentivos que cambian el comportamiento de la gente, que definen lo que es aceptable y lo que es admirable… y lo que es obsoleto, rechazable y facha. Es decir, pretenden mover la famosa “ventana de Overton”, que hace posible implementar una tesis política por el camino de cambiar lo que la sociedad percibe como aceptable.
Y estas son las raíces y el mecanismo por los que el pensamiento marxista ha acabado dando la razón a Loretta. No sólo de palabra, sino con legislación, financiación y apoyo administrativo, y el apoyo artillero de la propaganda de las empresas de entretenimiento.
El “género” no es el único concepto con derechos legales que uno puede determinar voluntariamente cuando la sociedad se lo permite (y siempre en la dirección permitida).
La historia no acaba ahí. La capacidad de dar a luz no es lo único creado por la voluntad del “hombre nuevo” según el pensamiento marxista. El “género” no es el único concepto con derechos legales que uno puede determinar voluntariamente cuando la sociedad se lo permite (y siempre en la dirección permitida). Loretta puede también decidir, libremente y sin ataduras objetivas, si es judía, palestina, romana o vietnamita, siempre que decida lo que promueven los activistas.
Porque esa libertad para ser lo que uno quiera no es abstracta ni ilimitada (no puedes declararte minoría étnica sin serlo). Pasa por unos rituales de transformación y un comportamiento asociado. Si cumples con ellos y representas el personaje que te piden los activistas, te declararán tan catalán como Rufián o tan feminista como Errejón. Detalles como la historia familiar, el arraigo y las costumbres reales, o el gusto por humillar a las parejas sexuales (la realidad, en resumen) no determinan la etiqueta. Y al revés, si no pasas el ritual de sacarte el B1 correspondiente, criticas a ETA o te empeñas en recordar que “Euskadi” es una palabra inventada en 1896, no te reconocerán como realmente vasco. Y no olvidemos que esas etiquetas conceden (y limitan) legalmente derechos, como el de trabajar en las administraciones públicas.
La paradoja de establecer que la persona se hace nueva y se autodefine al liberarse de las imposiciones de la “vieja sociedad”, por el procedimiento de relacionarse de un modo concreto, de asumir los rituales y requisitos de la “nueva sociedad” prescritos por los que pretenden hablar en su nombre, no deja de llamar la atención.
Lo grave es que en estos momentos el marco legal dice que las cosas son así, y reconoce derechos y obligaciones en función de esas etiquetas y esos rituales de acceso. La realidad subyacente da igual. La imposibilidad de hacerlo funcionar da igual. El resultado del choque violento entre etiquetas y realidad da igual. El perjuicio a los derechos de la gran mayoría da igual.
Loretta es mujer y puede tener hijos, y así lo dice la ley.
Hasta que la cambiemos.
El Partido Demócrata, de todas maneras, ya está abandonando esos mantras – aunque sólo sea por conveniencia demoscópica.