De CQC a Vito Quiles: espejo incómodo de una España en declive
Como es tal el nivel de ignominia que sólo puede abordarse sanamente desde el sainete, el Congreso opta por prohibir el sainete.
La expulsión de Vito Quiles del Congreso de los Diputados es un claro reflejo de la creciente tendencia a silenciar a quienes en España se atreven a cuestionar el orden establecido por la partitocracia. El periodismo de Quiles, más allá de su estilo provocador, es espejo de la indignidad democrática de los interpelados. Sus preguntas se enmarcan dentro de un contexto grave: el de un sistema político que, a pesar de su aberrante realidad, se considera, increíblemente, por encima del bien y del mal.
Las instituciones llevan tiempo tratando de amordazar a los medios críticos usando sus palancas financieras y legislativas, y repartiendo carnés de buenos y malos periodistas. Curiosamente, entre los primeros se encontraban aquéllos que descalificaron como “máquina de fango” a los que osaron descubrir los escándalos que hoy copan las portadas. Ese vacío de integridad lo han ido ocupando personajes como el propio Quiles o Bertrand Ndongo. Su labor no es nueva: forma parte de una larga tradición española.
Los encuentros de Quiles con políticos tienen una dimensión grotesca, de esperpento valleinclanesco, que los hace memorables. Su garbeo por Valencia con José Luis Ábalos es tal vez el documento que mejor define la España del tardosanchismo. Mientras Ábalos paseaba a su perro, Quiles aprovechaba para preguntarle sobre los catálogos de prostitutas que supuestamente él mismo utilizaba en sus andanzas ministeriales. Esas imágenes de Ábalos respondiendo por peteneras mientras su pastor alemán hacía sus necesidades sobre la acera tienen mayor valor estético e informativo que mil sesudas tribunas.
La política española actual se caracteriza por su escasa tolerancia a la crítica. En el Reino Unido, periodistas como Jeremy Paxman crearon escuela a partir de sus interrogatorios incisivos y despiadados, desde la misma BBC. Los políticos, primeros ministros incluidos, se enfrentaban a preguntas durísimas, repetitivas, a interrupciones constantes cuando trataban de escabullirse. En España, en cambio, el político se reserva el derecho de expulsar al periodista del recinto legislativo. El presidente convoca ruedas de prensa sin prensa. Qué tremendo y lamentable contraste.
Ahondando en el valor cronístico del esperpento, las intervenciones de Bertrand Ndongo junto a Vito Quiles dan una buena medida de nuestra decadencia. Cuando ambos coinciden, Quiles formula las destempladas preguntas mientras Ndongo repite sus chanzas a mayor escarnio del interpelado, como hacía Bigote Arrocet en las películas de Chiquito de la Calzada. En la tragicomedia de la política española actual, el decoro del dúo Quiles – Ndongo es, sencillamente, el que corresponde a la dignidad de los asaltados: no se merecen a un Paxman, sino a este dúo sacapuntas multirracial.
Por ello, su expulsión es otra vuelta de tuerca en la manipulación de la libertad de prensa por parte del poder político. Así, Gabriel Rufián le ofrecía a Quiles la posibilidad de ser readmitido en el Congreso si hacía las preguntas adecuadas a los destinatarios que él dijera. Pretendiendo ser gracioso, Rufián demostraba su alma totalitaria. Este tipo de purificación mediática es menos simpática que Quiles, Ndongo, Bigote, Chiquito y el perro de Ábalos: es una amenaza existencial para la democracia. Rufián es cínico, sí, pero sobre todo es profundamente antidemocrático: propone un modelo de periodismo tamizado por el poder.
No siempre fue así. Hace sólo un par de décadas, programas de sátira política como Caiga Quien Caiga hacían de la irreverencia parte sustancial del espectáculo democrático. Da hasta pereza decirlo: la España de hoy es mucho menos libre que la de entonces. El verdadero peligro de esta expulsión no es ya la eliminación de una voz crítica, sino la normalización de un modelo de periodismo homologado, donde sólo se permiten las preguntas que el poder está dispuesto a tolerar.
La democracia española está perdiendo una herramienta más ante la voracidad de la clase política: la capacidad de cuestionar, interrogar e incluso ridiculizar al poder. La expulsión de Vito Quiles es mucho más que un episodio cutre de censura. Es un reflejo del estado en que se encuentra nuestra vida pública: como es tal el nivel de ignominia que sólo puede abordarse sanamente desde el sainete, el Congreso opta por prohibir el sainete.
Pero detrás de la risa hay una tragedia: el aviso a navegantes de un sistema regentado por individuos incapaces de mantener la dignidad del mismo. Por más que se escuden en el decoro institucional, en el orden, o en el supuesto buen periodismo, lo que están haciendo es deslizarse por la pendiente húngara y venezolana. Expulsan a Vito Quiles porque éste porta, además de un micrófono, un espejo cóncavo que les muestra la plenitud de su cochambroso esperpento.